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Del libro La institución negada, Informe de un hospital psiquiátrico. Franco Basaglia (Barral Editores, 1972)
En 1925, algunos artistas y escritores franceses
que firmaban en nombre de la "revolución surrealista", dirigieron a los
directores de hospitales psiquiátricos un manifiesto que terminaba con
estas palabras: "Mañana, a la hora de la visita, cuando ustedes intenten
sin la ayuda de léxico alguno comunicarse con estos hombres, podrán
ustedes recordar y reconocer que sólo tienen sobre ellos una
superioridad: la fuerza".
Cuarenta años más tarde –sometidos como estamos, en la mayoría de
los países europeos, a una antigua ley, aún dubitativa, entre la
asistencia y la seguridad, la piedad y el miedo-, la situación no es
diferente: limitaciones, burocracia y autoritarismo regulan la vida de
los internados para los cuales ya había reclamado Pinel en su momento el
derecho a la libertad… El psiquiatra parece que aún no ha descubierto
que el primer paso hacia la curación del enfermo es el retorno a la
libertad, de la cual él mismo le ha privado hasta hoy. En la compleja
organización del espacio cerrado, donde el enfermo mental se ha visto
reducido durante siglos, las necesidades del régimen, del sistema, sólo
han exigido del médico un papel de vigilante, de tutor interior, de
moderador de los excesos a los cuales podía abocar la enfermedad: el
sistema tenía más validez que el objeto de sus cuidados. Pero hoy el
psiquiatra se da cuenta de que los primeros pasos hacia la "apertura"
del manicomio producen en el enfermo un cambio gradual de su manera de
situarse en relación con la enfermedad y el mundo; de su forma de ver
las cosas, restringida y disminuida no sólo por la condición mórbida,
sino por un prolongado internamiento. Desde que franquea el muro del
internado, el enfermo penetra en una dimensión de la vida emocional…, se
le introduce, en resumen, en un espacio concebido desde sus mismos
orígenes para hacerle inofensivo y cuidarle, pero que se revela, en la
práctica y de forma paradójica, como un lugar construido para aniquilar
la individualidad: el lugar de su objetivación total…
Sin embargo, en el curso de estas primeras etapas hacia la
transformación del manicomio en un hospital de curación, el enfermo no
se presenta ya como un hombre resignado y sometido a nuestra voluntad,
intimidado por la fuerza y por la autoridad de sus vigilantes… Se
presenta como un enfermo, transformado en objeto por la enfermedad, pero
que ya no acepta ser objetivado por la mirada del médico que le
mantiene a distancia. La agresividad –que, como expresión de la
enfermedad, pero sobre todo de la institucionalización, rompía de vez en
cuando el estado de apatía y de desinterés-, cede el paso, en numerosos
pacientes, a una nueva agresividad, surgida, más allá de sus
particulares delirios, del sentimiento oscuro de una "injusticia": la de
no ser considerados como hombres desde el momento en que están en "el
manicomio".
Es entonces cuando el hospitalizado, con una agresividad que
trasciende la misma enfermedad, descubre su derecho a vivir una vida
humana…
Para que el asilo de alienados, después de la destrucción progresiva
de sus estructuras alienantes, no se convierta en un irrisorio asilo de
domésticos agradecidos, el único punto en el cual al parecer puede
apoyarse, es precisamente la agresividad individual. Esta agresividad
–que nosotros, los psiquiatras, buscamos para fundar en ella una
relación auténtica con el paciente- permitirá instaurar una tensión
recíproca, que actualmente puede servir para romper los lazos de
autoridad y de paternalismo que han representado, hasta ahora, una causa
de institucionalización… (agosto 1964)
… Por lo que a nosotros concierne, nos encontramos ante una
situación extremadamente institucionalizada en todos los sectores:
enfermos, enfermedades, médicos… Hemos intentado provocar una situación
de ruptura, de forma que haga salir los tres polos de la vida
hospitalaria de sus roles cristalizados, sometiéndolos a un juego de
tensiones y de contratensiones en el cual todos se encontrarán
implicados y serán responsables. Esto significa correr un "riesgo",
única forma de poner en un plano de igualdad a enfermos y médicos,
enfermos y staff, unidos en la misma causa, tendiendo hacia un fin
común. Esta tensión debía servir de base a la nueva estructura: si ésta
era relajada, todo caería de nuevo en la situación institucionalizada
anterior… La nueva situación interna debía, pues, desarrollarse a partir
de la base, y no de la cúspide, en el sentido de que, lejos de
presentarse como un esquema al cual la vida comunitaria debía
corresponder, esta misma vida estaba llamada a engendrar un orden
respondiendo a sus exigencias y a sus necesidades; en vez de fundarse
sobre una regla impuesta desde arriba, la organización se convertía, por
sí misma, en un acto terapéutico…
No obstante, si la enfermedad está igualmente unida, como sucede en
la mayoría de los casos, a factores sociales a nivel de resistencia al
impacto de una sociedad que desconoce al hombre y sus exigencias, la
solución de un problema tan grave sólo puede hallarse en una posición
socioeconómica que permita, además, la reintegración progresiva de
aquellos que han sucumbido bajo el esfuerzo, que no han podido jugar el
juego. Cualquier intento de abordar el problema sólo servirá para
demostrar que esta empresa es posible, pero queda inevitablemente
aislada –y, por lo tanto, ausente de la menor significación social-,
mientras no vaya unida a un movimiento estructural de base que tenga en
cuenta las realidades que encuentra el enfermo mental a su salida del
hospital: el trabajo que no encuentra, el medio que le rechaza, las
circunstancias que, en vez de ayudarle a reintegrarse, le empujan poco a
poco hacia los muros del hospital psiquiátrico. Considerar una reforma
de la ley psiquiátrica actual significa no sólo enfrentarse con otros
sistemas y otras reglas sobre las cuales fundar la nueva organización,
sino, sobre todo, atacar los problemas de orden social que van unidos a
ella… (marzo 1965)
Cualquier sociedad cuyas estructuras se basan únicamente en
diferencias de cultura y de clase, así como también en sistemas
competitivos, crea en sí misma áreas de compensación para sus propias
contradicciones, en las cuales puede concretar la necesidad de negar o
de fijar objetivamente una parte de su subjetividad…
El racismo, bajo todas sus formas, es únicamente la expresión de
esta necesidad de áreas compensadoras. Y opera de este modo ante la
existencia de los asilos de alienados –símbolo de lo que se podrían
denominar "reservas psiquiátricas", comparables al "apartheid" del negro
o al ghetto-, con la expresa voluntad de excluir todo aquello de lo
cual duda porque es desconocido e inaccesible. Una voluntad justificada,
y científicamente confirmada, por una psiquiatría que ha considerado el
objeto de su estudio como incomprensible, y por lo tanto, fácilmente
relegable en la cohorte de los excluidos…
El enfermo mental es un excluido que, en una sociedad como la
actual, nunca podrá oponerse a lo que le excluye, puesto que cada uno de
sus actos se encuentra constantemente circunscrito y definido por la
enfermedad. La psiquiatría es, pues, la única manera –en su doble papel
médico y social-, de informar al enfermo de la naturaleza de su
enfermedad, y de lo que le ha hecho la sociedad al excluirle: sólo
tomando conciencia de haber sido excluido y rechazado podrá, el enfermo
mental, rehabilitarse del estado de institucionalización en que se le ha
sumido…
Porque es aquí, detrás de los muros del asilo de alienados, que la
psiquiatría clásica ha demostrado su fracaso: en efecto, en presencia
del problema del enfermo mental, ha tendido hacia una solución negativa,
separándole de su contexto social y por lo tanto de su humanidad…
Colocado a viva fuerza en un lugar donde las modificaciones, las
humillaciones y la arbitrariedad son la regla, el hombre –sea cual fuere
su estado mental-, se objetiviza poco a poco, identificándose con las
leyes del internamiento. Su caparazón de apatía, de indiferencia y de
insensibilidad, sólo sería en suma un acto desesperado de defensa contra
un mundo que le excluye y después le aniquila: el último recurso
personal de que dispone el enfermo para oponerse a la experiencia
insoportable de vivir conscientemente una existencia de excluido.
(diciembre de 1966)
Si, originalmente, el enfermo sufre la pérdida de su identidad, la
institución y los parámetros psiquiátricos le han confeccionado otra, a
partir del tipo de relación objetivante que han establecido con él y los
estereotipos culturales de los cuales le han rodeado. Así, pues, se
puede decir que el enfermo mental, colocado en una institución cuya
finalidad terapéutica resulta ambigua por su obstinación en no querer
ver más que un cuerpo enfermo, se ve abocado a hacer de esta institución
su propio cuerpo, asimilando la imagen de sí mismo, que ésta le
impone…El enfermo, que ya sufre una pérdida de libertad que puede
considerarse como característica de la enfermedad, se ve obligado a
adherirse a este nuevo cuerpo, negando cualquier idea, cualquier acto,
cualquier aspiración autónoma que pudieran permitirle sentirse siempre
vivo, siempre él mismo. Se convierte en un cuerpo vivido en la
institución y por ella, hasta el punto de ser asimilado por la misma,
como parte de sus propias estructuras físicas.
"Antes de partir, las cerraduras y los enfermos fueron controlados",
puede leerse en las notas redactadas por un turno de enfermeros del
equipo siguiente, para garantizar el perfecto funcionamiento del
servicio. Llaves, cerraduras, barrotes, enfermos, todo forma parte, sin
distinción del material del hospital, del cual son responsables los
médicos y los enfermeros… El enfermo es ya únicamente un cuerpo
institucionalizado, que se vive como un objeto y que, a veces, intenta
–cuando aún no está completamente domado-, reconquistar mediante
acting-out, aparentemente incomprensibles, los caracteres de un cuerpo
personal, de un cuerpo vivido, rehusando identificarse con la
institución.
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